Mi país me vuelve bipolar
Su gente (que es la mía) me hace feliz.
Su gastronomía me enloquece.
Sus paisajes me deleitan.
Su cultura me fascina.
Pero su relidad me deprime.
Porque su gente no respeta nada,
su gastronomía es cambiada por la ajena,
su paisaje vendido al mejor postor para que lo extermine
y su cultura cada día queda más en el olvido.
Y me siento bipolar porque sonrío con ganas de llorar y de entre las lágrimas vuelvo a encontrar consuelo en el lado opuesto del detonante inicial.