Cuando uno cambia de entorno no sólo deja un lugar, deja sensaciones, elementos culturales y gastronómicos, costumbres, hábitos y una infinidad de cotidianidades que hacen difícil el acostumbrarse a lo nuevo. Pero lo peor es que uno deja gente: colegas de trabajo, amigos, familiares, y a veces a esa «persona especial».
La ausencia de esa gente es la que hace todo más difícil, pues aunque (como en mi caso) vuelvas a donde aquellos que estuvieron a tu lado toda tu vida, en el fondo se siente como si dejaras tu verdadera vida detrás.