Se puede decir que el arte dominicano tiene unos cuantos momentos que vienen siendo su «clímax», sin lugar a dudas la bienal es uno de ellos, por no atreverme a decir que es su único y verdadero orgasmo.
Como buena hijita del mundillo del «artisteo» no podía dejar pasar la oportunidad de ir a la inauguración de su máxima fiesta. El dilema era si podía tolerar el politiqueo a cambio de ver «lo mejor de lo mejor» de mi país, por fortuna una infiltrada me avisó de la finalización protocolar y fui a por ello sin contaminar mis oídos.
Confieso que hay piezas que te se quedan en tu cabeza, otras te roban los ojos y unas pocas el corazón, por lo que me atrevo a decir que la experiencia es buena -muy buena- y recomendable para todos, aunque no sean del área.
Por primera vez vivi la grata la sorpresa de encontrar nombres conocidos entre los creadores, cosa que no me había pasado nunca antes y que dibujó unas cuantas sonrisas en mi rostro. Lo que no me gustó tanto es que más que un evento artístico fue uno social, con una media de un conocido por cada dos o tres piezas, lo cual extendió la visita muuuucho más de lo esperado y casi me busca problemas con mis acompañantes.
Yo ustedes iría, incluso -aquí entre nos- si veo la oportunidad de ir de nuevo ¡lo haré!