Yo, versión etíope

Hablemos de cabello, y antes de arrancar debo decirte que ODIO los salones de belleza. Me estresan… MUCHO… básicamente porque me parecen una total y absoluta pérdida de tiempo. Súmale el que desde que era bebé padezco de asma alérgica y, aunque mis episodios son mínimos pues me dieron el tratamiento adecuado en el momento correcto, los olores de los químicos allí presentes suelen ser mis máximos enemigos por que junto al tabaco han servido de detonantes de mis peores crisis.

Además de que para mi no tiene mucho sentido ir a un lugar a pagar para que me maltraten (para eso ya están los abogados, ginecólogos y dentistas, por nombrar algunos de carácter obligatorio y sin animos de ofender a nadie) y (a diferencia de otros/as) yo sufro el calor de los secadores, los tirones cuando el cabello se enreda y demás efectos secundarios de estar allí.

Como ya debes saber, y si no sólo debes leer algunas entradas más abajo para ponerte al día, últimamente estoy pendulando entre América, África y Europa. Cuando llegué a Etiopía me fijé que en el día a día las mujeres suelen vestir de forma monótona (largas faldas, zapatos bajitos, abrigos y muchas veces bufandas para cubrir cabeza y hombros), pero usan interesantes estilos de peinado en su cabello, especialmente unas curiosas variaciones de trenzas que me resultan muy atractivas. Y si bien es cierto que no me gusta experimentar con mi cabello, también lo es el que desde que llegué tenía ganas de dejarme peinar por y como una local.

Hecha la introducción, me place informar que porfin ‘se me montaron los espíritus del cambio’ y fui a un salón de belleza a quitar ese item de mi lista de pendientes.

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En Etiopía aquello de la negociación no es un deporte: ¡es todo un arte! Y cuando llegamos Emebet y yo al pequeño establecimiento, que en mi ciudad natal sería calificado despectivamente como «barrial», los primeros 10-15 minutos fueron protagonizados por una acalorada discusión sobre la posibilidad de hacer lo que yo deseaba y su precio.

La verdad es que yo quería un resultado aún más «étnico», pero me dijeron que tenían ponerme cabello de mentira, que es

(a) 100% humano y por tanto carísimo (además de mega bizarro para mi)

(b) 100% plástico, dígase puros hilos de nylon (que dan la impresión de que harán combustión espontánea al primer cambio de temperatura).

Así que dejé de llevar esto de inventar al extremo y opté por hacerme un peinado en su versión más básica. Lo cual implicaba, además, menos tiempo y menos dinero 😁.

Inicialmente quisieron cobrar 120birr, Emebet ya me había dicho que solía oscilar entre 30-50birr, por lo que me lo encontré abusivo y me negué. Pasaron diez minutos más de acalorada discusión hasta que llegaron a un acuerdo, la hazaña me costaría 60birr (equivalente a menos de USD$2.2 / 1,9€ / RD$110) Eso lo podía aceptar, así que procedimos. Ojo: no es una cuestión de dinero, como dice mi amiga Paula Sofía: ¡es una cuestión de principios! Y acá agrego que una cosa es ser extranjera y otra ser pendeja (mis disculpas por el uso de la palabra, pero no se me ocurre ninguna otra que refleje el sentimiento de forma tan precisa).

Me senté en la incómoda silla y una joven y rolliza mujer comenzó a descargar la ira de los dioses en mi cabeza, al punto de que tuve que pedir piedad en múltiples ocasiones y hasta memoricé como decirlo en amárico, para que no alegara estar ‘lost in translation’. Embet (en la foto vestida con mangas largas) se dio cuenta de mi sufrimiento y acudió al auxilio, sosteniendo fragmentos de mi cabello para evitar que se enredaran al ser trenzados.

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Como es costumbre en Etiopía, fue fácil volverme ‘la sensación del entorno’ (la mayoría de los expatriados lo somos. Algunos/as curiosos asomaban las narices para ver qué pasaba y una de las chicas que allí labora se dedicó a observar, aún no comprendo por qué no se dio a la tarea de ayudar, pero he aprendido a aceptar que las cosas acá son pero no se entienden y punto… Era evidente que allí no era común tener extranjeras y ya me he ido acostumbrando a ser mirada como el ‘bicho raro’ e incluso a que de vez en cuando a la idea de que puede que sea tocada, como si mi piel pudiera transmitir algún tipo de ‘algo bueno’ que ellos/as quieren.

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El proceso transcurrió mejor luego de que, tras gritos, quejas y lamentos, logré que la chica entendiera que mi cráneo no tenía la resistencia a la que ella estaba acostumbrada y como sólo quería ‘media cabeza’, fue mucho más rápido de lo esperado. Lamentablemente no lo suficiente para poder ir al micro estudio fotográfico de al lado a hacerme las fotos que deseaba por lo que me quedaba claro que tendría que hacerlas yo misma y que no contaría con la magia de la iluminación natural.

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Como recordé el lío que puede llegar a ser el quitarse las camisetas cuando se acaba una de ‘hacer el pelo’ me había puesto una camisa de botones y con ‘esa pinta’ fui a un encuentro que tenía agendado. Se hizo evidente que me veía curiosa, por decir lo mínimo, cuando me vi frente al espejo y cuando un amigo bautizó ‘mi estilo’ como un “Kumbaya-lumberjack look”… ¡Gracias! 😒

 

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A mi retorno me ‘quité el feo de arriba’ con un poco de maquillaje y preparé un improvisado set fotográfico, moví cuadros, lámparas y mobiliario para tener un asiento frente a una pared blanca y luego hice un gran esfuerzo por no parecer subnormal en las fotos, lo cual fue muy difícil pues mayormente soy la que está detrás de la cámara y no delante. La tarea fue más complicada pues fui ‘modelo’ y fotógrafa al mismo tiempo, disparando remotamente desde mi teléfono y procurando que no se notara que estaba en modo Bugs Bunny.

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Dadas las precarias circunstancias luminosas, los colores y contrastes resultantes fueron un asco, busqué adecentarlos hasta llegar a la conclusión de que mejor eliminarlos del todo y luego me pasé las próximas horas seleccionando y mejorando de la no tan extensa variedad, las imágenes menos malas.

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Hice una prueba enviado un buen par a algunas amistades que estaban conectadas en ese momento y recibí retroalimentación que variaba desde: ‘😍’ y ‘estás hermosa’ a ‘te ves como una malvada’, pasando por ‘parece que te quitas una lechuga de entre los dientes’… Te juro que debo analizar mi círculo de amigos, pero esos son temas más profundos.

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Confieso que fue un entretenido experimento, inspirado en esos de la actriz y modelo dominicana Diarinel Meliva. Y aunque se ve fácil, aquello de no verse igual en todas fotos es toda una ciencia, una que yo evidentemente no domino aún y que aplaudo a quienes sí lo hacen.

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Esa es la historia de cómo acabé con la cabeza decorada y con serias dudas de cómo se quitaba este asunto, sin romperme todas y cada una de las hebras implicadas 😜  Y ya me callo, no sin antes agradecer que leyeras este listín hasta el final y decirte que me encantaría que me comentaras qué te parecen tanto el peinado como las fotos.

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Besos,

M.

 

PD: Acá la galería de otras de favoritas, tanto del proceso como del resultado.

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