Adioses que duelen

La muerte duele siempre, pero siento que duele más cuando llega de sorpresa y en alguien como tú, tanto en edad como visión. Esta mañana recibí la noticia del fallecimiento de Arístides Rubio y luego de quedarme catatónica, exploté en llanto.

Él no sólo era un chico atento, educado, divertido, cortés, dispuesto a ayudar a quienes podía, como pudiera. Era un ser humano extraordinario, de esos pocos que no se conforman con serlo, sino que sienten ese llamado a HACER cosas extraordinarias.

Yo apostaba a él como futuro representante político de mi pueblo, e incluso llegué a decírselo alguna que otra vez a modo de broma pues, sin dudas apostaba a él como motor de un cambio positivo en mi país y mi región…

Recuerdo con especial cariño nuestras salidas en Washington justo para el cierre del fellowship de YLAI, programa que, entre otras cosas, me regaló la dicha de conocer sus dotes no sólo como profesional, sino como ser humano. Nos vimos casualmente en una de las calles que conecta a los museos y él, aunque ya los conocía a todos, se quedó a mi lado y cambió sus planes sólo para no dejarme sola. Me acompañó, me llevó a las mejores partes de cada sala de exposición, me resumió las explicaciones y asumió el trípode de mi cámara como si fuera una extensión de su cuerpo, liberándome de la carga y no sólo no me peleó por hacer fotos, sino que me ayudó a lograrlas mejor.

Otro día, en el hotel, agotados todos tras la intensa agenda, me lo encontré cuando iba de retirada a mi habitación: «¿qué te vas a quedar trancada?» Me preguntó sorprendido y agregó: «¡No, vas a subir a buscar tu cámara y vienes conmigo!» Me adoptó esa noche en la que pude conocer otra faceta de la ciudad, y de él (ahí le tomé la imagen que ilustra este artículo). Fue una divertidísima jornada en la que nos sirvió de guía turístico a mí y a otros colegas. “Algún día nos veremos ante estas aulas”, dijimos entre risas y suspiros al recorrer los pasillos de Georgetown University y ambos sabíamos que no nos referíamos a ser alumnos de tan renombrada casa de estudios, hablábamos de algo más porque teníamos en común ese deseo de dar lo mejor de nosotros y de hacer que alcanzara a la mayor cantidad de gente.

De inmediato, a nuestra llegada al país, me invitó a eventos y hace apenas un par de días, al darse cuenta de que yo estaba acá, me había invitado a otro… Este lunes estaba reservado para él, me invitó y sin preguntar mucho le dije que allí nos veríamos, pues evidentemente ya yo contaba con ese abrazo y sabía que si él estaba, lo que sea sería bueno y productivo.

Ese fue el Arístides que conocí, un sujeto excepcional que aprovechaba los recursos y conocimientos a su alcance para agradar, facilitar la existencia e impulsar el crecimiento de quien se encontrara en su entorno. Siempre con un chiste, con una sonrisa, con una mano tendida para ayudar, con un consejo sabio, con una historia jocosa… Aquellos que nos hemos atrevido a emprender en República Dominicana hemos perdido a un amigo y a un excelente colega, pero el país y la región han perdido más, él era un auténtico agente creador de cambio, él era el tipo de sujetos que nos hacen falta para ser mejores ciudadanos y países. Y lo mejor era que él lo sabía y que estaba dedicando su vida a prepararse para llenar ese rol, logrando gracias a ello muchísimo, pese a su corta edad.

Mi llanto pesa más, esta noche, por todas las carreras que Arístides ya no podrá beneficiar, por todos los jóvenes que se perderán de la dicha de tenerle como modelo a seguir, por todas las familias cuyas vidas hubieran sido impactadas por sus esfuerzos de, precisamente, crear un impacto positivo. Hoy nos han robado a uno de los buenos… Y esos son los que más duelen.

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