Mi cuarta abuelita

La mayoría de la gente tiene dos abuelas, ya saben las que vienen en el plan básico de vida, la madre de tu padre y la de tu madre. Muchos apenas conocen a una y con esa tienen que «resolver» (fue mi caso con el tema de los abuelitos) pero yo, a diferencia de casi todos tuve dicha de tener no dos ni tres, sino cuatro. Eran totalmente distintas en casi todos los aspectos: sociales, económicos, físicos, históricos, geográficos, pero todas eran mías de mi propiedad.

Comencemos por definir qué es una abuela.
Fuera de lo que dice la RAE, y entrando en percepción personal abuela es aquella señora mayor que está en tu vida desde que eras una semillita en la tripa de tu madre, que te cargó cuando niña y te vio crecer hasta donde la vida se lo permitió, que te regañaba e intentó (probablemente lograndolo) sacar los dientes de mala manera.
Esa que cocinaba buenísimo y que siempre quería que comieras hasta explotar, la que tenía un plato especial que aunque un chef condecorado intentara copiar no lograría encontrar jamás el ingrediente secreto: ese amor especial que le ponían.
Generalmente bordaba y cuando sus ojos o manos no permitieron que continuara haciéndolo se encargó de que otro lo hiciera por ella. Siempre peleaba porque todo estuviera perfecto y probablemente te caía detrás mientras caminabas por su casa haciendo quien sabe qué historia que debía comenzar con un «érase una vez».
Sus olores eran peculiares pero siempre característicos, pues si se dan cuenta las abuelitas la mayoría de las veces huelen bien.

Como te contaba la vida me permitió disfrutar de cuatro de esta especie: Lilia, la madre de mi madre; Nena, la madre de mi padre; María Santana la nana de mi madre; y Mama Niña, mi antigua vecina de la infancia, educadora en mi colegio, que se encargó de alfabetizarme.
Si hoy escribo -y hay quienes me dicen disfrutar la forma en que lo hago- es por culpa de esa última señora, que todas las mañanas en horario escolar hacía las de profesora y en las tardes hacía las de abuela y se sentaba conmigo a «leer».

Lo triste de las abuelitas es que suelen irse pronto en nuestras vidas.
La primera en dejarme fue María y ¡jamás he vuelto a comer una crema de habichuelas TAN deliciosa! Luego se fue «abuelita» (Lilia) y ya nadie me caía detrás para cerciorarse de si había cenado o quería un juguito de naranja recién exprimido. Luego se fue Nena, la que vivía en «los nuevayores», que hacía unas tortas dulces de maíz espectaculares y las segundas habichuelas más sabrosas del mundo. Y hoy se ha ido Mamá Niña, la que más me había durado y cuya llamada amorosa era tan fija cada 30 de marzo como mi visita a su casa los 24 de diciembre.

Ya no tengo más abuelitas, ya ninguna viejita adorable esperará con ansias mi vista e iluminará sus ojos al verme llegar. Ya no volveré a esuchar a nadie más decime «mi nietecita adorada». Es raro esto pues si bien fue fabuloso tenerlas a las cuatro en mi vida, he tenido también el doble de sufrimiento que la gente normal pues a las cuatro -desde hace unos 10 años y hasta el día de hoy- he tenido que decirles hasta siempre.

Allá donde se reunen todos los muertos tiene que estarse comiendo muy bien y limpiando mucho, porque entre mis cuatro abuelas seguro que tienen a ángeles, arcangeles y demás entes celestiales moviendo cosas, reorganizándolas y comiendo el verdadero alimento divino.

Consejo:
Si tienes una abuelita o abuelito en vida por favor no seas tonto/a, suelta todo y ve, dale amor y deja que te cuente (aunque sea por vez 800) una historia de su vida. De veras, confía en mi, el día que no le tengas, deserás haberle disfrutado más.

Acá les dejo una foto de hace unos tres o cuatro años con Mama Niña, mi viejita amada,aquella que hoy aceptó la invitación de las otras tres.

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