Lobo hambriento

Un día salieron a tomarse un café y en medio de la conversación ella colocó su mano sobre el brazo para comentarle algo. En ese breve instante, la química que no había sentido antes en carne propia se encendió cual árbol navideño. Bien sabe ella la utilidad de unos brazos fuertes, la sensualidad de la imagen de un torso desnudo bien formado y por sobre todas las cosas lo creativo que se puede llegar a ser como dupla si “la fuerza les acompaña”.

Tras el roce pasó uno de esos momentos incómodos en que no se dice nada, uno de esos silencios fabulosos en que no sabía si le besaría o no, en que se teletransportaron a un universo paralelo, dentro de una burbuja que les protegía de romper el hechizo que se sucedió al conectar las miradas y los cuerpos.

A partir de ahí no lo vio con los mismos ojos, no pudo, ni podría nunca más. Aquel que hace unos meses no había despertado morbo alguno, sin saberlo acababa de incursionar en un nuevo espacio, el de su cuerpo, y se había convertido en objeto del deseo.

Ahora ya no le bastaban las miradas, ella quería más. Necesitaba más. Aquellos brazos no podían salir de su mente, aquel sujeto se convirtió en el protagonista de sus fantasías, de todas. Su aspecto y su forma le recordaban la de una especie de lobo. El era un lobo hambriento que la hacía sentir como una niña traviesa.

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4 comentarios en “Lobo hambriento”

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